Creo recordar que fue a finales de la década de los 60 y un día Pelé visitó mi colegio.

Eran los tiempos en los que, en España, todos los niños jugábamos al fútbol. De hecho, en los colegios de Madrid había campos de fútbol, de arena por supuesto, pero casi no había canchas de baloncesto o de balonmano… y si alguno hacía hockey sobre patines lo considerábamos poco menos que como un marciano. Nuestras carteras, a la salida de clase, se convertían como por arte de magia en postes de imaginarias porterías de fútbol ¡Ah las porterías! Si había algo irresistible para mí cuando niño era una portería de fútbol, de verdad, de madera, pero con sus redes puestas. Aunque yo nunca era seleccionado para los distintos equipos del colegio, cuando había un partido importante, no dejaba pasar la oportunidad de invadir el terreno de juego, al final y lanzar mi balón contra las mallas de la portería. Sin perder un segundo, eso sí, que enseguida se descolgaban y se guardaban para el próximo partido.

Ha muerto Pelé, y, más allá de sus goles y su juego, vuelve a mi memoria aquel día en el que O Rei acudió a mi colegio, en Madrid. Allí me di cuenta de lo que significa fenómeno de masas. Acompañado  por varios curas, uno de los cuales era reconocido futbolero, profesores y alumnos, apenas se le distinguía cruzando el campo de fútbol. Yo lo vi de lejos, nada más, desde una de las terrazas que comunicaban los pabellones del colegio. Pero ¡Qué ilusión! Eso es quizá lo más destacable de estas personas, esa capacidad que tienen para ilusionar a los demás.

JMB

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